lunes, 7 de noviembre de 2011

EL CASO DEL CERDITO ROSADO Y SONRIENTE (by @Superfalete)


Hoy toca colaboración de SuperFalete en la sección Also starring. SuperFalete es uno de mis tuiteros preferidos y, como es amiguete, hemos pensado que podríamos desvirtualizarnos en el próximo EBE en Sevilla. Vamos a quedar en una pastelería para hartarnos de comer y luego, si eso, igual nos acercamos a echarles cacahuetes a los blogueros.  

Bueno, que no me enrollo más y os dejo esta maravilla. ¡Risas aseguradas!

EL CASO DEL CERDITO ROSADO Y SONRIENTE
Eran aproximadamente las 11 de la mañana cuando la subinspectora Chan y yo hicimos acto de presencia en “El cerdito rosado y sonriente”, el restaurante chino situado en la esquina de la 5ª Avenida con General Espartero, según bajas de Central Park, a la derecha, al lado de la tienda de chuches de Li Siao, el cojo.

La subinspectora Chan era una mujer explosiva, de pelo lacio y generoso escote, que me habían asignado para este caso en la falsa creencia de que Chan era un apellido y, por tanto, procedía de China. Purificación Olmedo, alias Chanquetita, conocida como Chan, natural de Nerja, España. Pertenecía, como otros muchos, como yo mismo, a la segunda generación de emigrantes llegados a Nueva York tras el desastre económico que asoló Europa a principios del siglo XXI.

Y allí estábamos, Chan y yo, abriéndonos paso a través del tumulto y esquivando cientos de metros de cintas amarillas con la inscripción “CRIME SCENE. DO NOT CROSS”, que había colocado Larry, el hijo huérfano de un C.S.I. que falleció hace unos años al confundir en su escritorio la taza del café con el vaso de formol y bebérselo de un trago. Larry tampoco es muy listo, el pobre, y le tenemos ocupado con las cintas amarillas y con la tiza. Él es quien pinta las siluetas de los cadáveres y llegó a exponer su obra en el MOMA, hasta que le detuvieron por ello.

Una vez dentro del restaurante, el espectáculo era dantesco. En el suelo se podía observar una piscina infantil hinchable llena de brotes de soja y con un patito dentro, esperando su futuro laqueado. Las paredes estaban cubiertas de sangre, que descendían sobre un enorme fregadero lleno de agua sucia en el que había varios pollos descongelándose. Y enfrente, un oriental de avanzada edad parecía muy ocupado cortando verduras en juliana con un enorme cuchillo.

-¿No deberían cambiar el agua del fregadero? -le dije.

-No sabel nada. Yo seguil plepalando menú de Nochebuena. No gustal fiestas polque tlabajal más. Lleval aholando toda la vida pala tlael a mi familia y solo he conseguido gualdal 8 dólales con tleinta.

-Tú decil dueño que agua flegadelo sel polquelía -medió entonces Chan, totalmente desatada en su papel de traductora china accidental.

El viejo se encogió de hombros y siguió con su tarea. Yo me aproximé al cadáver, que aparecía tumbado en el suelo, boca arriba, con una estrella clavada en la frente. Estaba totalmente rígido porque ya llevaba más de doce horas muerto, justo lo que tardamos en llegar, porque conducir en Nueva York es una locura, sobre todo si vas borracho.

He de decir que Larry había hecho muy bien su trabajo: la silueta del fiambre aparecía marcada con tiza en el suelo. Es cierto que, en un exceso de celo, también había cogido un rotulador negro y le había pintado bigote y patillas tipo Elvis, pero así resultaba todo menos trágico. Buen trabajo, Larry, pensé.

Todo apuntaba a que aquel oriental había sido asesinado por un ninja. Tenía la clásica shuriken clavada en la frente y estábamos en un restaurante chino. ¿Estaba claro, no? Todo el mundo sabe que los chinos y los japoneses se odian por algo relacionado con la diferencia en el rasgado de sus ojos y que solo ellos son capaces de distinguir. Habría que buscar al asesino en una escuela de judo, en un restaurante de esos que sirven el pescado crudo o fotografiando la Estatua de la Libertad. Ahí es donde van los japoneses. Probablemente tendríamos que detener a todos los que tuvieran ojos rasgados y llevaran una Nikon colgando del cuello. Sí, eso es lo que haríamos.

Iba a adelantar mis conclusiones a Chan cuando, al observar como levantaban el cadáver, aprecié algo extraño. Era casi imperceptible y, probablemente por eso, no había reparado en ello antes. De la estrella, de aquel falso shuriken, salía una estela de unos veinticinco centímetros de largo, en la que se podía leer “MERRY CHRISTMAS”.

No, no era un shuriken. A falta de más datos, estaba ante la típica estrella que se coloca coronando un árbol de Navidad. De ahí el inusual brillo de la frente del chinito. Estaba lleno de purpurina dorada.

Inmediatamente, ordené detener al anciano. Todo coincidía. De nada sirvió su torpe coartada de que había salido del coma esa misma mañana. Lo comprobamos y era cierto. ¿Y qué? Lo demás encajaba: estaba en la escena del crimen, odiaba la Navidad y me había caído mal desde el principio.

Salimos de “El cerdito rosado y sonriente” y ya era mediodía. Entonces advertí que no había tomado nada desde la noche anterior y que Chan probablemente tampoco.

-¿Te apetece comer algo, Chan?

-Sé de un sitio aquí serca donde hasen uno boquerone y una puntillita pa chuparse los deos, inspectó.

Fue así, de repente, como Chan había dejado de hablar en chino y recuperado su acento natural de Nerja. Y yo rodeé su cintura con mi brazo y nos alejamos de la escena del crimen, mientras observaba de soslayo su escote y esbozaba una sonrisa pensando en lo que me esperaba después del postre.

7 comentarios:

  1. "Todo el mundo sabe que los chinos y los japoneses se odian por algo relacionado con la diferencia en el rasgado de sus ojos y que solo ellos son capaces de distinguir" JAJAJA ESO MA MATAO.

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  2. Gordísim...digo, Grandísimo SuperFalete.

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  3. Simplemente genial...Eres la leche superfalete (LUCINDA)

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  4. Que bueno...que bueno.No tengo palabras porque aun me estoy riendo.

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  5. Siempre está la excepción q confirma la regla (haciendo alusión a mi comentario en el post de Crismoguy) :) Muuaka!

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  6. Dónde está el botón de "me gusta"?

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  7. Muy bueno. Qué risas.

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