lunes, 13 de enero de 2014

¡AH, LOS VECINOS!



Ah, la convivencia entre vecinos. Hace poco tiempo que vivo en mi nueva casa, un remanso de paz, un edificio donde todos nos llevamos bien, nos damos los buenos días, nadie te amenaza sin motivo en el ascensor y el buen rollo está presente en las reuniones de la comunidad.


Pero esto no siempre ha sido así. Recuerdo los viejos tiempos. Había que ser un tipo duro para soportarlo.

Mi primer altercado vecinal se produjo siendo yo universitario, en mi piso de estudiante. Tenía entonces un vecino que no juntaba un puzle el pobre y que, además, creo que sufría delirios o estaba afectado por alguna enfermedad mental que le nublaba el juicio.

Se empeñaba en que yo me dedicaba a mover los muebles de la casa por las mañanas (cuando yo a esas hora estaba en clase) o a pegar golpes en las paredes para “ponerlo nervioso” (SIC).

El caso es que un lunes se presentó a las 6 de la mañana aporreando la puerta, acusándome de haber montado una fiesta salvaje ese fin de semana (ojalá, estuve en casa de mis padres). El hombre estaba totalmente fuera de sí, no paraba de gesticular rojo de ira y parecía que en cualquier momento iba a soltarme una galleta. Creo que mi actitud pacífica y conciliadora ante su hostilidad lo alteraba más.

Yo estaba recién despierto, sin saber muy bien qué estaba pasando y observaba a aquel energúmeno medio loco con ojos entrecerrados por el sueño, hasta que en momento determinado me amenazó con un “Esto no va a quedar así, voy a hablar con el presidente”. Le contesté con un “¿Va a hablar con el presidente? ¿Con cuál? ¿Con Aznar?”. Os juro que no le estaba vacilando, es que tenía una caraja importante con el sueño que arrastraba.


 No te pongas así, Josemari, que no he montado ninguna fiesta, churra.

El vecino se fue dando gritos por la escalera y se mudó de casa a los tres meses.

El nuevo inquilino de su piso me desconcertaba un poco. Era clavadito a Manolo Morán en “Bienvenido Míster Marshall”, con su sombrero cordobés y todo. Durante un tiempo estuve pensando que le gustaban mucho los discos de copla unplugged, ya que a todas horas se oían canciones sin ningún acompañamiento musical. Tardé dos años en descubrir que era cantante profesional. Un Juanito Valderrama Live in Las Pajanosas. Pero eso es otra  historia…

El último año de universidad tuve también unos vecinos muy peculiares, pero esta vez en el piso de al lado. Eran del tipo: enfado + polvo reconciliador + enfado again, pero todo muy extremo, muy de ponerte debajo del marco de la puerta por miedo a que la casa se viniera abajo cuando estaban gritándose o berreando en pleno ayuntamiento carnal.

Recuerdo un día que estaba con una amiga en casa y oímos la siguiente conversación a gritos:
- ¡No la llames más, Juan Carlos!
- ¡¡No la he llamado. Se ha enterado que han operado a mi madre y ha hablado con mi hermana!!
- ¡¡Te odio!! ¡¡Vete con ella!! (portazo)

Mi amiga me pregunto: “¿Esto es todos los días así?”. “No, ahora se ponen a follar y parece que están degollando a un cerdo en una matanza”, contesté preparándola para el espectáculo que se avecinaba. Y así fue, a los dos minutos empezó a temblar la casa, mientras desde las profundidades se escuchó la llamada de Cthulhu: “Aaagggg….eigggg….oinx, oinx”, así que tuvimos que bajar a la calle a tomarnos un café.

Cuando terminé la carrera y me mudé a Huelva, empecé a disfrutar de una convivencia vecinal realmente entretenida. Vivía en una urbanización conformada por cinco edificios de quince plantas cada uno, por lo que os podéis imaginar que, aunque solo sea por simple estadística, siempre había un vecino que la liaba. A veces solo me faltaba sacar palomitas en las reuniones de la comunidad.

Lo mejor de esas reuniones eran los enfrentamientos entre el presidente y el ex presidente, y sus acusaciones mutuas de desvío de fondos, administración desleal y hasta tráfico de influencias.


¡Váyase, señor Cuesta!

Pero aquello no era suficiente, así que se dedicaron a repartir cartas a los vecinos, cartas que dejaban en los buzones, al principio una vez en semana para poco después pasar a una al día. En el punto álgido del enfrentamiento presidencial llegaron a cinco en una sola mañana.

Habitualmente sucedía lo siguiente: uno de los dos escribía a los vecinos poniendo a parir al otro por una chorrada como no recoger en el acta de la reunión una observación sin importancia, por ejemplo, a lo que el otro respondía a la media hora con una carta de cinco páginas donde atacaba a su adversario. Por supuesto, sin hacer mención al motivo original de la disputa.

Todo era disparatado, pero no se llegó al delirio hasta que llegamos al momento cumbre del conocido mundialmente como “duelo de frases célebres”.

El ex presi, un buen día decidió que era una buena idea y una manifestación de erudición, rematar sus cartas con una cita célebre para hacer referencia a la necedad de su adversario. Creo recordar que se iniciaron las hostilidades citando a Albert Camus con “La estupidez insiste siempre”.

A partir de ahí comenzó un duelo intelectual del más alto nivel, que hacía que cuando llegaba a casa me lanzara al buzón con la avidez del que busca un tesoro. El absurdo llegó a tal nivel que las últimas cartas, a las que ellos se referían pomposamente como “circulares a los residentes”, estaban plagadas de referencias a la filosofía aristotélica, el Círculo de Viena, Borges y hasta Bukowski, sin apenas hacer mención a los asuntos relacionados con la administración de la comunidad de vecinos.

Llegué a acumular decenas de “circulares”, que lamentablemente perdí en la mudanza. Una pena, porque el Hematocrítico les hubiera sacado mucho jugo para su “Drama en el portal”.

NOTA: Texto originalmente publicado en el blog de neoclor.

viernes, 10 de enero de 2014

LA NAVIDAD Y SUS COSITAS (by neoclor)

Hoy, en la sección Also starring, tenemos un texto de neoclor, donde nos habla de las navidades (y sus cositas). A disfrutarlo muchachada.

La Navidad y sus cositas.

Seis kilos, seis, que dirían los entendidos. Quizá algo menos pero es que, joder, ¿cómo se puede comer tanto en tan poco tiempo? No es ni medio normal que después de toda la evolución del ser humano sigamos comiendo tantísimo en tan solo 15 días.

El ciclo es más o menos así:
1.       Se cocina durante 3 días                                            
2.       Se cena                                              
3.       Se comen sobras                                           
4.       Se comen sobras de sobras                                      
5.       Volver al punto 1 pensando en cuando acabe todo, ponerte a dieta.                   
               

Se pone la mesa con un mantel bonito. El mejor que tengas. Nada de manteles de plástico con naranjas y peras impresas. Se pone uno de tela y se saca la cubertería buena. La que compraste en el chino de tu barrio. Luego se llena toda la mesa de platos bonitos y copas finas para los brindis con champán. Haces una foto y listo, ya tienes recuerdo de la navidad de ese año. Si no ha quedado bien la foto, coge la del año pasado que es igual.

 Foto de mi salón tomada en 1984

Empieza a recibir los invitados y a establecer las primeras conversaciones con ellos:
- ¿Qué tal estás, Macario? Me alegra mucho verte de nuevo. Por fin te has decidido a                                venir a una cena con nosotros, ¿no?
- Sí, sí. Me apetecía mucho estar este año con la familia.
- Claro, joder. ¿Cómo no vas a tener ganas de estar con nosotros después de 14 años                                pasando de tu familia? Imagino que algo, aunque sea un poco, nos habrás echado de menos. Menos mal que te has divorciado de esa bruja.
- No me he divorciado, es solo que…
- Y yo no he dicho bruja. Parece que no me conoces.

Luego los postres, las copas, los polvorones y antes de acostarte, una tortilla rellena de protectores de estómago para pasar una noche lo más tranquila posible. Y al día siguiente para terminar de aliviar la cosa: chocolate con churros.



Desayuno ligero

Cuando uno llega a la cena de Nochebuena viene de vuelta, como se suele decir, porque ha cenado ya con sus amigos y con la gente de la empresa. Es cierto que de estas últimas cada vez hay menos. Me refiero a empresas. Y amigos, a medida que va pasando la vida también suelen quedar menos. El caso es que cuando empiezas la cena de Nochebuena ya tienes acoplado en los michelines aproximadamente dos dedos de grasa.

Y todavía faltan mínimo dos comidas más: la comida de Navidad y la cena de Nochevieja. Para compensar estos excesos, tendrías que estar sin comer hasta finales de Marzo, principios de Abril.

Cuando uno es pequeño, las Navidades eran la leche porque te encontrabas con unos cuantos días de rascarte la barriga, y encima para acabar te regalaban cosas como compensación a tu buena labor en casa tumbado en el sofá. En la vida de adulto esto cambia porque te vas de vacaciones y no te vas. Te vas para quedarte en casa poniendo lavadoras, pintando una habitación o lo que es peor, te pueden llamar de tu oficina para preguntarte por aquel informe que acabaste en Agosto de forma urgente y que nadie lo ha querido leer hasta el día 29 de Diciembre en el que tú no estás por allí.

Además, cuando eres pequeño no tienes que regalar y esto, además de ahorrarte el dinero, supone que no tienes que pensar nada sobre lo que a otra persona le gustaría recibir. Porque eso es lo más difícil del mundo navideño. ¿Qué le regalas a alguien que ya tiene de todo lo que tu bolsillo se puede permitir? Yo no tengo un coche descapotable pero tampoco hay nadie de mi entorno que pueda permitirse pagar un coche así. Y te pones a pensar:

                Corbata no usa. Libros no lee. Estilográfica para qué si no sabe escribir. Reloj sí pero ya tiene 40.




¿Otro reloj? Maldita sea tu estampa

Pero no todo es malo. Lo bueno de las Navidades es que nos une un poco a todo el mundo. Y lo mejor; que se acaban más o menos rapidito.